LOS BOLICHES, EL LUGAR DE MAYOR DISCRIMINACIÓN

DIARIO CRÍTICA DIGITAL
Sociedad / Edición Impresa
Por Josefina Licitra
Lo afirman siete de cada diez porteños
Según un mapa elaborado por el INADI, entre los jóvenes, el 70% de los episodios se da por el aspecto físico. Un caso de hermanos mellizos como ejemplo: al morocho le cuesta el doble que al rubio que lo dejen ingresar.

Campaña. El INADI pidió a los municipios de todo el país que incorporen la discriminación como “contravención”.
Ignacio y Francisco tienen muchas cosas en común. Son mellizos, viven en la misma casa, se intercambian la ropa y ahora –que cumplieron los catorce años– están conociendo juntos el universo de las discotecas. Todos los sábados, salen con su grupo de amigos –también compartido– en dirección a Vravia, Seven, Abadía o algún otro local bailable en su versión matiné. Pero el itinerario común se rompe, abruptamente, en la puerta de entrada al boliche. Porque Ignacio es morocho y Francisco es rubio. Y ese rasgo físico es, por lo visto, también un destino: a Ignacio, ingresar a una disco le cuesta el doble que a su hermano (a quien también le cuesta). “Entrar siempre es un bardo –cuenta Ignacio–. A veces te dicen que no entrás porque no tenés pantalón largo, o porque llevás las zapatillas sucias… Pero la última vez a Francisco sí lo dejaron pasar, y eso que los pies de mi hermano estaban peor que los míos”.
Según el “Mapa de la discriminación” realizado por el Instituto Nacional contra la Discriminación (INADI), el 73% de los porteños consultados cree que los locales bailables son los espacios donde más se percibe este tipo de arbitrariedades (seguidos por las empresas, los comercios, las comisarías, el poder judicial y los hospitales). A su vez, estas cifras, con variaciones mínimas, se repiten en todo el país. “En realidad, es todavía peor que la discriminación –sintetiza Francisco–. Si te dijeran que no entrás porque tenés zapatillas sucias sería todo más fácil, porque al menos sabés cómo tenés que ir vestido. Pero un amigo se ahorró toda la guita para comprarse unas zapatillas carísimas, que le salieron como seiscientos mangos, y cuando llegó a la puerta de entrada del boliche el patovica lo miró y le dijo ‘esas zapatillas no son tu onda, te quedás acá’. ¡Y no lo dejó entrar!”. “El problema es que te rebotan en todos los lugares y ni siquiera te dicen por qué –agrega Ignacio–. Te dicen ‘esperá acá’ y listo, cagaste. Te corren de la fila y no te dejan pasar. Y capaz que hacés la cola con otro patovica que es más piola, y con ese sí pasás”.
Ningún “adolescente temprano” –esto es: catorce o quince años– denuncia una arbitrariedad en un boliche. Esto se debe a que las agresiones son más “sutiles” (no llegan al plano físico) y, por ende, no son identificadas como tales. Esto se refleja en el relevo del INADI: de acuerdo con el informe, el 71% de los porteños nunca se sintió segregado, pero el 45% presenció un acto de discriminación, de lo que se deduce que hay una franja de gente afectada que no percibe haber sido víctima de una injusticia. A su vez, el 70% de las discriminaciones en la población porteña de entre 18 y 29 años se dieron por el aspecto físico. Y el 69% de los que sufrieron o vieron un acto despótico no tomó ninguna medida al respecto. “Los jóvenes viven la arbitrariedad con una naturalidad que es comprensible –opina Miriam Mazover, psicoanalista y directora del Centro DOS–. No se les puede pedir lo que no estamos dispuestos a ofrecer como sociedad adulta. Estructuralmente, ellos crecen sabiendo que la arbitrariedad es una norma válida. Con las consecuencias sociales que eso puede traer en el futuro”.
Daniel Yubero, encargado de Vravia –la versión matiné del local City Hall– niega que en los boliches, o al menos en el suyo, exista un derecho de admisión. Su argumento es similar al que suelen dar todos los dueños de locales bailables: la única pauta de ingreso, en el caso de la matiné, consiste en tener el documento en orden. “Los que vienen sin el DNI no entran, porque las normas son las de aceptar chicos entre 15 y 18 años –explica Yubero, con un tono fastidiado–. Quizás un mismo chico viene un día con documento y entra, y otro día sin documento y no entra”.

–Pero hay chicos que entran sin documento. Y chicos que no entran aunque tengan el documento.
–Si sabés tanto el manejo del boliche, ¿para qué me preguntás?

Y después. La figura del “derecho de admisión” es inconstitucional, en tanto vulnera un principio constitucional que es el de la “no discriminación. “Los derechos humanos son indivisibles e interdependientes: no se puede invocar uno cercenando o relativizando otro, ni siquiera cuando se trata de espacios privados de uso público –explica María José Lubertino, directora del INADI–. Por eso, los carteles que refieren al derecho de admisión en los comercios son ilegales, y deberían ser denunciados”.
¿Qué puede hacer entonces un chico que es rebotado en un boliche? No existen mecanismos judiciales inmediatos (el único que puede obligar a ingresar a una persona es un juez, y eso exige una demora inmanejable) pero sí hay recursos para que el local no se la lleve de arriba (ver aparte). En términos familiares, si bien no existen antídotos que le ahorren el disgusto a un pibe de catorce años, sí hay formas de alivianarlo. “Los padres deberíamos esforzarnos un poco más por enseñar a nuestros hijos a discernir lo bueno de lo potencialmente nocivo, y a actuar en consecuencia –opina Iris Pugliese, codirectora del Centro Psicoanalítico Argentino–. Por ejemplo: si a tu hijo lo rebotan en un lugar, tenés que explicarle la importancia de no seguir yendo. El problema es que los chicos, pase lo que pase, igual quieren volver”.

A nivel estatal, el INADI está haciendo un trabajo minucioso, pidiendo a todos los municipios del país que incorporen la discriminación como “contravención”. De esta manera, serían los municipios los que asumirían el poder de policía si una discoteca comete una arbitrariedad, multando, clausurando o llamando la atención al dueño del local. La curiosidad es que, en la ciudad de Buenos Aires, esa contravención ya existe. Pero nunca hubo una sola multa.

OPINIÓN
“Quedan marcados”

Graciela Moreschi (Médica psiquiatra, autora del libro “Qué, cómo y cuándo hablar con los más jóvenes”.
En la adolescencia, los jóvenes aprenden las reglas con las que se maneja el mundo externo. Si lo que viven es la discriminación, ésta será naturalizada como algo normal, llegando a formar parte de las reglas y los valores de esa persona. Y esto se ve a tal punto que los chicos se someten a la discriminación sin protestar. Lejos de condenar el boliche que la practica con su ausencia o un boicot, vuelven para ver si pueden pasar la prueba: prueba de que son valiosos, de que cumplen con las expectativas para “pertenecer”. Por cierto que esto tiene una honda repercusión en la autoestima del joven..
La interpretación que ellos hacen –y que no es errada– es que la sociedad no acepta la diversidad, sino que valora algunas características y descarta otras. Saber que uno está excluido es una experiencia fuerte que quedará marcada en su autoestima. Por eso, me parece fundamental que esto se hable en las casas. Los chicos no deben naturalizar esta situación. Hay que mostrarles que pueden hacer algo. Que ellos eligen y que su decisión es importante. Decirles eso es decirles que ellos son personas y tienen un valor.