LA FIEBRE DEL BOTOX

La revolución estética
Revista Noticias, sección Información 23/09/06

Por: Jesica Bossi jbossi@perfil.com.ar | Foto Christian Welcomme y Pablo Puente.

La utopía de envejecer sin arrugas enloquece a los argentinos. Su uso preventivo y los riesgos de la adicción.

La aguja penetra sobre su rostro. Ella, inmutable, espera que la sustancia no deje rastros que develen sus 48 años, sus épocas de excesos y transgresión. Lejos de la pacatería, Madonna se animó a mostrar ante las cámaras, en el videoclip del tema “Hollywood”, lo que suele hacer en privado: aplicaciones de botox que mantienen su piel tersa.

La diva del pop es el símbolo de una nueva estética cuyo pilar es la toxina botulínica tipo A, más conocida como botox: cero líneas en la cara, textura suave y un look símil natural. La tendencia está instalada en la Argentina, pero a diferencia de las estrellas estadounidenses, la farándula y el establisment vernáculo eligen el ocultamiento.

Los buenos cutis de artistas, políticos y empresarios que se ven por TV parecen obra del agua mineral, la genética, las cremas anti age y una iluminación favorable. “La mayoría los que tienen exposición pública se colocan botox”, coinciden los especialistas.

Belleza incuestionable

Escribe Iris Pugliese

A medida que una nueva tendencia de la moda o de los hábitos y costumbres de una comunidad se impone, también se naturaliza y cualquier reflexión sobre el tema corre el peligro ser percibida como desacuerdo o controversia. Es decir, nadie se puede atrever a cuestionar el valor de la belleza y de la juventud (“divino tesoro”) no sólo en esta época ni en ninguna otra, sin ser visto como un hereje. Aceptemos el reto.
El tema es cuán disfuncional puede ser volverse viejo y feo en nuestra socieldad y cuáles son los males que esas características suelen acarrear en cuanto al grado de aceptación social. Si ser lindo y joven facilita no sólo el mejoramiento de la autoestima sino las chances de establecer vínculos amorosos y el ascenso laboral, es comprensible que la gente que más depende del impacto que una buena imagen puede dar de sí mismo resignen la aversión a entrar en contacto con la toxina por la promesa de una vida más exitosa.
El supuesto con que nos regimos es que si el aspecto de una persona o sea su envase, es bello, armonioso y saludable, es muy probable que su interior también lo sea. Eso sí, cada tanto habrá que darse algunos retoquecitos para que la vejez y la maldita fealdad no se escapen por los poros.
Incluso algunas personas, más papistas que el Papa, llegan por su patología a exagerar las demandas sociales en cuanto a los requerimientos estéticos y deambulan de plástico en plástico hasta obtener aquella imagen que frente al espejito transmute la ansiedad de sentirse feos o no queridos.
Pero héte aquí que en medio de tanta disconformidad por la imangen que proyectamos hacia los demás este tipo de trastorno (el trastorno dismórfico corporal) tarda en diagnosticarse porque se pierde en medio de tanta autocritica por la fealdad imaginaria
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