EL ENIGMA FEMENINO

Una tendencia nacida en la modernidad, sugiere que la felicidad se construye de a dos y alcanza su punto máximo con la llegada de los hijos.
Existen presiones sociales dirigidas a la consolidación de la vida en pareja en la medida en que la misma proporciona una solución al problema del desamparo y evita que recaiga sobre las instituciones del Estado la protección del individuo solitario.
Pero no es sencillo el establecimiento de uniones de pareja en nuestros días. Los modelos de vínculos afectivos han ido cambiando ostensiblemente en los últimos 50 años desde la pareja tradicional hasta el de las parejas más renovadas basadas en una creciente simetría del poder. Y si bien el grado de satisfacción de las mujeres ha ido creciendo a medida que su poder y libertad de oportunidades ha aumentado, en la sociedad subsisten aún viejos estereotipos de relación conyugal provenientes del modelo vincular de los propios padres, que permanecen inconscientes y que generan malestar cuando la calidad de vínculo se aleja del de ellos.
Para Sigmund Freud el malestar femenino no provenía de las condiciones desventajosas que por siglos ha soportado la mujer en la sociedad y que se han manifestado también en la vida de pareja, sino de la famosa “envidia del pene” que haría que toda mujer sienta menoscabada su “estima de sí” a causa de ella. O sea, que “las diferencias sexuales anatómicas” pondrían en situación de desventaja a la mujer respecto del hombre y sobre ellas se montaría la estructura de la subjetividad femenina que cobijaría para siempre sentimientos de inferioridad y escasas posibilidades de autosuperación.

Sin embargo, una corriente de opinión nacida entre algunas psicólogas que se han dedicado a investigar las cuestiones de género (por ej. las Licenciadas Irene Meler y Mabel Burín entre otras) ponen sobre el tapete la influencia de las variables histórico-sociales y económicas tanto en la constitución de la subjetividad femenina y masculina como en el tipo de vínculo afectivo que se deriva de ellas.
Por ejemplo, el problema de la soledad, especialmente en la mujer es considerado un estigma que va en detrimento de la buena inserción social. Si una mujer no ha podido establecer un vinculo estable de pareja se supone que ella no ha sido “elegida” por uno de los ejemplares del “primer sexo”, como define Giles Lipovetsky, al hombre.
Si, producto de alguna relación casual, la mujer concibiera un hijo de un padre que se desentendiera del mismo, correría el peligro de ser marginada socialmente a raíz de la monoparentalidad. Por eso buscarán más tarde una unión de pareja que pueda servir de marco legal para la crianza del niño que le abriría las puertas al ámbito más codiciado que es el de las “parejas bien constituidas”.

Parejas “bien constituidas”

Corresponden a uniones legalmente constituidas bajo el signo del explícito dominio del hombre sobre la mujer.
Son relaciones donde el esposo se reserva para sí el ámbito público y de desarrollo laboral (la lucha por la vida) y la mujer queda confinada básicamente al ámbito privado del hogar y la crianza de los hijos.
En estas parejas la mujer tiene escasa participación en las decisiones, pero a cambio de tantas restricciones se exalta su función de esposa y madre-educadora de los hijos. Es la representante del “bello sexo”, “el hada del hogar”, debe obediencia al marido y tiene poca o nula independencia económica e intelectual aunque muchas veces administra el dinero en el hogar. Suele concedérsele el “poder de elevar al hombre” (como dice G. Lipovetsky), mientras porta con orgullo su apellido, en especial si se trata de un hombre importante o exitoso.

Este tipo de relaciones basadas en un modelo complementario son propias de sectores conservadores; subsiste aún en personas maduras y mientras tiende a desaparecer permanece como ideal en lo inconsciente generando conflictos conyugales en las parejas jóvenes.
Si bien para la mujer en este tipo de vínculo el ejercicio de una fiel sexualidad formaba parte de su obligación conyugal, sus posibilidades de goce estaban limitadas por prohibiciones internas, secuela de una educación represiva.
El pacto de fidelidad era muchas veces violado por el hombre.
Cuando la mujer deja de ver como “normal y natural” el tipo de modelo conyugal que las sometía al ostracismo, a la dependencia económica y emocional, generalmente cae presa de un fuerte sentimiento de vergüenza de sí y de depresión. La mayoría de las veces ésto se produce cuando descubre la infidelidad del cónyuge que lejos de propiciar el divorcio, la recluye en una alianza con los hijos.

Parejas informales

Una tendencia creciente en la relación de pareja es la de evitar la formalización del vínculo, más allá de que se reúnan las condiciones para legalizarlo. Y si bien este tipo de uniones no responde al modelo inconsciente de los propios padres al menos genera la sensación de transitoriedad de la relación que ahuyenta ansiedades claustrofóbicas que desde hace algunos años ha generado la institución del matrimonio.
Al no haber un contrato matrimonial, la pareja tiende a cuidar más la relación desde lo afectivo en el día a día.
Estas parejas están constituidas por jóvenes con estudios superiores. Generalmente formalizan el vínculo sólo en el 40% de los casos con la llegada de los hijos.
Son relaciones simétricas en lo manifiesto en cuanto al ejercicio del poder y a la posibilidad de trabajar, pero cuando tienen hijos, la mujer se repliega en el hogar hasta que pueda retomar su actividad años más tarde.
Han disminuido el número de hijos respecto de la pareja tradicional.
En caso de poder delegar la crianza en otra persona, la inserción laboral de la mujer se mantiene aunque con menor carga horaria, con angustia de no responder al ideal de madre y con mucha culpa respecto de los hijos.
Si bien la relación es diferente de aquella del modelo tradicional, aún subsiste la división del trabajo anterior en el hogar y el cuidado de los niños suele ser tarea prioritaria de la madre. No obstante, el hombre colabora pero en calidad de auxiliar de la esposa, situación que le permitirá, en caso de divorcio, la atención de los hijos. Cuando la mujer no trabaja, el hombre entra secretamente en competencia pero sólo se anima a quejarse por la sobrecarga laboral.
A la mujer, maternizada con un modelo tradicional, le cuesta integrar en su mente las identificaciones de rol con lo estudiado en el campo educativo. Y por eso opta muchas veces por regresar al ejercicio de una maternidad marcada por la abnegación y el sacrificio personal, pero esta vez con conciencia de la hostilidad que le genera tal postergación de sí.
En este tipo de relación el goce erógeno está permitido en la mujer, pero el eventual fracaso del hombre es encubierto por ella a fin de mantener la potencia fálica imaginaria como reaseguro de vivencias de desprotección.
La infidelidad masculina si bien sigue siendo frecuente, no es percibida como natural y por tanto no es tolerada.
La mujer, educada para vivir “en función de” suele sentirse sola con el alejamiento de los hijos o por la falta de comunicación con su pareja. Es habitualmente dependiente en lo emocional a pesar suyo.
El dinero que gana la mujer pretende utilizarlo para sus gastos personales a diferencia del obtenido por el hombre.
Esto indica que ella aún no se siente responsable de mantener el hogar.

Parejas atípicas

Son parejas en las que el polo femenino está representado por mujeres autónomas, activas, responsables y ambiciosas cuya autoestima está basada en los logros obtenidos con el esfuerzo personal que les daría un sentimiento de potencia pero que no niegan sus necesidades afectivas y eróticas. Como pareja, lejos de elegir al clásico “hombre sólido y protector” buscarían a alguien que representa a un hermano menor que les inspira cierta ternura pero al que dominan por ser dependiente. En algún momento de la relación exigirán mayores logros laborales de su pareja para facilitar la subsistencia del grupo familiar, pero al no encontrar respuesta satisfactoria, quedarían desilusionadas.
Las mujeres involucradas en este tipo de vínculo, muchas veces tienen dificultades para asumir la función materna al menos de un modo tradicional, pero la calidad del vínculo con los niños mejora a medida que crecen y se vuelven autónomos.
Los hombres involucrados en esta relación suelen tener un desempeño laboral irresponsable o de escaso reconocimiento social y se manejan mejor en el ámbito doméstico. Guardan necesidades infantiles insatisfechas que los hace más pasivos que el hombre prototípico.
Este tipo de parejas si bien son complementarias al alejarse del patrón cultural típico con el tiempo se deterioran por no poder rebelarse frente a los condicionamientos de género aún imperantes.

Parejas “puertas afuera”

Este tipo de uniones, la mayoría de las veces propiciadas por la mujer que se ha sentido explotada en experiencias matrimoniales previas y que quiere preservar su actividad laboral, suele conservar el romanticismo del noviazgo, las “cuentas claras” y son expresión de una tendencia creciente hacia el mantenimiento de la individuación en las relaciones de amorosas. A veces suelen durar muchos años porque se evita el desgaste cotidiano. No es apta para personas celosas.

Parejas a distancia

Estas son cada vez más frecuentes gracias al avance de los medios de transporte y de la comunicación.
Algunas personas pueden llegar a preferir, de alguna manera, mantener una relación con un amor cuya “condición erótica” sea la distancia, porque de ese modo intentan preservar la imagen idealizada que se forjaron en los primeros y pocos contactos que han tenido con ese objeto de amor. Es decir, que aquello que a simple vista parecería ser un obstáculo para la relación amorosa es en realidad lo que la posibilita y vuelve excitante.
En los primeros tiempos de una relación siempre se depositan en el otro una serie de expectativas que tienen que ver con:
a. Lo que un es
b. Lo que uno fue
c. Lo que uno desearía ser
Esto implica una hipervalorización del objeto de amor (que va en detrimento de la propia autoestima) a la que no se está dispuesto a renunciar para mantener el encanto y el misterio.
Además, podemos suponer que el tener un amor con “impedimentos” trasforma la relación en un amor de novela (tipo Romeo y Julieta).
La escasez de contactos no sólo prolonga la normal etapa de idealización de comienzos de una relación sino que puede indicar que se trata de personalidades con cierto grado de temor al contacto físico o bien decididamente de fobias sociales.
Tanto el hombre como la mujer involucrados en este tipo de vínculo pueden preferir la distancia por la propia inseguridad y para esconder lo que consideran “sus falencias.”
A primera vista se podría suponer que la distancia es un obstáculo cuya superación enaltecería al amor; pero por lo expuesto más arriba, la podemos considerar como una “condición erótica” en el sentido que S. Freud utilizó para referirse a ciertos rasgos que justifican la elección del objeto amoroso. O sea, que la “condición” de la distancia es lo que posibilita el surgimiento del amor y a la vez, su garantía de continuidad.
Se teme que la frecuencia del contacto personal genere tanto en el hombre como en la mujer una visión más objetiva que destruya la ilusión de perfección y completud. La distancia pretende hacer inalterable la pasión inicial porque no se tolera el cambio, se teme al hastío y a la rutina.
En algún momento estas parejas suelen terminar con el traslado de la mujer al lugar de residencia y de trabajo del hombre. Suelen responder a algún conflicto inconsciente que prohíbe una unión con cercanía física.