LA BÚSQUEDA DEL CUERPO IDEAL

La Historia nos ha revelado que todo cambia y en particular la Historia del Arte, nos ha mostrado los distintos avatares que atravesaron los ideales estéticos a lo largo de los tiempos.
Así, considerando los cambios en el ideal de imagen corporal, podemos decir que actualmente, ninguna jovencita se moriría por poseer las redondeces de aquellas mujeres que plasmó en sus lienzos el flamenco Peter Paul Rubens, mientras que es habitual encontrar chicas que, atormentadas por la obsesión de no poder alcanzar una supuesta perfección se tornan inmensamente desdichadas.
El ideal femenino, no repara en las preferencias masculinas, que indican que ellos, las prefieren con “forma de guitarra.”

En los comienzos del siglo XXI (y en particular en los últimos 30 años del siglo pasado), el ideal estético femenino ha sido el de lucir un cuerpo delgado “como una tabla”, indicador de autocontrol, sino también musculoso como el de los atletas; mientras que el masculino tiene que ver con ser fuerte, inteligente y corpulento.

Y muchas veces, estos mandatos socioculturales, que señalan como exitosa y feliz a la persona esbelta, influyen en personas vulnerables o que están atravesando crisis vitales.

Estas personas ceden fácilmente a las presiones externas y se adaptan a llevar un ritmo de vida tendiente al logro de una figura digna de ser exhibida (ej. la moda de la pancita al aire) sin correr el riesgo de sentirse marginado y…”todo bien…”.
Ésto se ha arraigado tanto en vastos sectores de nuestra comunidad, que Argentina ocupa uno de los primeros puestos en el ranking de trastornos de la alimentación (por ej: de bulimia y anorexia nerviosa y de los novedosos “binge eating” o trastorno por atracón y de la “ebriorexia” caracterizado por remplazar la comida por el alcohol), causando toda clase de estragos en la salud física y psíquica.

En la medida en que se subestima lo personal y diferente de cada ser humano se cae en la masificación.
Por ello, se ha llegado a tal epidemia del físico-culturismo, que ya nadie se atrevería a cuestionarlo debido a que ya es parte de nuestro colectivo imaginario.

Y cuando el tiempo semanal no alcanza para lograr la figura idealizada (a través de las dietas todo “light”) la persona se culpabiliza a sí misma apresurándose a cumplir con los “deberes” de acudir a gimnasios, hacer pilates, concurrir a clases de work out, de realizar intensas caminatas acompañadas preferentemente por un personal trainner, masificando de este modo el uso del tiempo libre y olvidando que cada persona tiene su historia, sus sueños y sus propios recursos personales.

La actitud compulsiva en el logro de estos ideales estéticos (arriesgando la salud, descuidando la familia, etc.) denota el alto precio que se está dispuesto a pagar para responder a un imperativo sociocultural (relativo a cada grupo social y a cada momento histórico) para sentirse integrado a una sociedad que imaginariamente protegerá a quienes respeten estos mandatos.
Se valora “la buena presencia” pero se descuida al ser “envasado” en ella. Y, seguramente esa persona tendrá sus gustos, sus pasiones, sus aptitudes producto de la predisposición, que le marcó la historia que le tocó vivir, y de los sueños que fue elaborando a través de la epopeya de su vida.

La paradoja de nuestra civilización consiste en que mientras se pone el énfasis en la salud, cada vez se hacen más sacrificios en aras de conseguir un aspecto físico supuestamente garante del éxito.

Cuando la imagen de sí y la autoestima de una persona dependen del volumen y del peso corporal se está corriendo el peligro de estar absolutamente sometido a los dictámenes de una moda que siempre olvida que “lo esencial (sigue siendo) invisible a los ojos”, como decía Saint Exupéry en “El principito”.

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Peter Paul Rubens (15770-1640) máximo representante del barroco.
En “Las tres Gracias” óleo del Museo del Prado pinta a su bella mujer Elena Fourment, entrada en carnes y celulitis, símbolo de status para su época.