EL ESTRÉS DE LA CORNISA ¿CASTIGO DE DIOS?

Eran otros tiempos, cuando el trabajo abundaba.
Los argentinos idealizaban la situación de “vivir sin trabajar”, como una suerte de “piolada criolla”.

El trabajo era algo que, en lo posible, había que evitar. Y esa actitud pobló el imaginario nacional hasta que la globalización y presumiblemente con ella, la escasez de puestos de trabajo y la creciente la exigencia de capacitación para ocupar los mismos, trajo aparejada la situación inversa: la desesperante necesidad de insertarse en el mundillo laboral. Paralelamente, a medida que disminuía la demanda de mano de obra, aumentaba disponibilidad de trabajadores que se avenían a aceptar condiciones de trabajo muchas veces infrahumanas o al menos, incompatibles con una calidad de vida saludable.

La mala calidad de vida del trabajador, producto de condiciones de trabajo poco satisfactorias (conceptos que ha introducido la destacada investigadora Dra. Irene Vasilachis de Gialdino), trajo aparejado un malestar que oscila entre una ligera insatisfacción, hasta un profundo descontento que tarde o temprano hará su eclosión en la salud física y mental (aunque esta dicotomía mente-cuerpo ya no es válida).

Con el creciente aumento del índice de desocupación, otro importante elemento entró a formar parte de la situación psicosocial del trabajador: la inestabilidad laboral.

Y esta influye para que quien que tuvo la suerte de insertarse laboralmente, se sienta inseguro en su puesto y sepa que, por diversos motivos, en cualquier momento le podrá tocar el turno también a él.
Trabajar pasó a ser una bendición.

Para dar cuenta de este fenómeno (que los argentinos compartimos con otros países de América Latina), durante el IV Congreso Internacional de Medicina del Trabajo, Higiene y Seguridad (realizado en Buenos Aires en septiembre de 2000) se informó acerca de una nueva forma de tensión laboral, “el estrés de la cornisa”, que sufren quienes temen perder sus puestos de trabajo.

“El estrés del predespido”, también llamado “estrés de la cuerda floja”, aqueja a aquellas personas que tienen empleo pero advierten el peligro de perderlo, explicó el Dr. Jorge Solanas, médico psiquiatra.
A pesar de que se manifiesta a través de un conglomerado de síntomas propios del “Trastorno de ansiedad generalizada” (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, DSM-IV) sus formas clínicas difieren según distintas variables: la edad del sujeto, su situación económica, nivel cultural y personalidad de base, la contención afectiva en el seno familiar y, en general, el lugar que ocupa el trabajo en la vida de esa persona en términos de satisfacción personal.

“El miedo es, en estos casos, el emergente más significativo, que se traduce en una gran desorientación acompañada de síntomas psicosomáticos de lo más variados, que se confunden con trastornos funcionales, aunque no son sino la derivación al área corporal de los propios miedos ligados al riesgo del desempleo”, dice Solanas.

Veamos cómo se manifiesta este trastorno, que si bien se desencadena a raíz de la inestabilidad laboral comparte los síntomas con el trastorno descripto en el DSM-IV:

Al menos 5 de estos síntomas:

  • A. Ansiedad y preocupación excesivas (expectación ansiosa) sobre una amplia gama de acontecimientos o actividades (como el rendimiento laboral) que se prolongan por más de 6 meses.
  • B. Al individuo le resulta difícil controlar este estado de constante preocupación.
  • C. La ansiedad y preocupación se asocian a tres (o más) de los seis síntomas siguientes (algunos de los cuales han persistido más de 6 meses):
    1. Inquietud e impaciencia.
    2. Fatigabilidad fácil
    3. Dificultad para concentrarse o tener la mente en blanco
    4. Irritabilidad
    5. Tensión muscular
    6. Alteraciones del sueño (dificultad para conciliar o mantener el sueño, o sensación al despertarse de sueño no reparador).
  • D. El centro de la ansiedad y de la preocupación no se limita a los síntomas de un trastorno único.
  • E. La ansiedad, la preocupación o los síntomas físicos provocan malestar clínicamente significativo o deterioro social, laboral o de otras áreas importantes de la actividad del individuo.
  • F. Estas alteraciones no se deben a los efectos fisiológicos directos de una sustancia o una enfermedad médica.

¿Qué hacer para prevenir este inevitable nuevo padecimiento?

  1. Identifique el problema: reconocer que se está atravesando una situación de estrés, que no es normal y que es preciso revertir. El principal implicado en esta crisis tendrá que tomar la decisión de hacer la consulta con un especialista en Salud Mental si ésta se prolongara por más de 6 meses.
  2. Adopte conductas que tengan que ver con el cuidado del propio cuerpo, como hacer caminatas, deportes, etc.
  3. Respete las necesidades psicofísicas, tales como los horarios de las comidas, el descanso nocturno, la recreación, etc.
  4. Busque nuevas oportunidades laborales. Una crisis también es una oportunidad de cambio.
  5. No se aisle socialmente: ampliar la red social y comentar que se está emprendiendo una búsqueda laboral.
  6. Reduzca el consumo de cigarrillos, alcohol, mate y té, aunque al principio sienta un leve decaimiento en el ánimo. Las crisis pueden generar adicciones.
  7. Meje la capacitación: cuanto más experiencia, conocimientos y habilidades pueda ofrecer, más chances tendrá tanto de seguir en el mismo puesto de trabajo como de conseguir uno nuevo.
  8. Elimine estimulantes de su dieta (el café y el chocolate, las bebidas cola, etc.)
  9. Trate de evitar las situaciones competitivas que lo coloquen en situaciones de peligro o tensión.
  10. Intente desactivar también las situaciones de violencia que se le presenten, recordando que la mayoría de ellas pueden generarse en uno mismo.

Recuerde que en las crisis se ponen en juego la fortaleza, la capacidad de adaptarse a los cambios, la autoestima, la creatividad, y muy especialmente, los valores. No bajar los brazos, y solicitar la ayuda de un profesional es la clave cuando la situación se torne desbordante.