RELACIONES TÓXICAS: LA CODEPENDENCIA

REVISTA PARA TÍ Nº 4197, SECCIÓN LOS NUESTROS, 27/12/2002
Texto M. F. Sanguinetti/D. Fajardo. Fotos: A. Atlántida
Asesoramiento: Lic. Emilia Faur, Lic. Iris Pugliese.

No hace falta ser adicto a una sustancia tóxica para sufrir sus efectos. Todos aquellos que son familiares o han tenido contacto con un adicto pueden convertirse en codependientes. No dependen ni del alcohol ni de las drogas, pero son adictos a un vínculo enfermizo. Se trata de un involucramiento obsesivo que afecta más a las mujeres que a los hombres: en el mundo hay cuarenta millones de personas que sufren este mal.

María E. no recuerda con exactitud cuándo empezó a obsesionarse con Martín, su marido. La trastornaba la forma en que él tomaba. Pero era más que la preocupación lógica por un ser amado enfermo. El alcoholismo de Martín realmente se convirtió en la obsesión de ella. A los cuarenta años, María -una odontóloga reconocida profesionalmente- había perdido el control de su propia vida. Enfrentaba cada día con una única meta: ver la manera de eludir sus responsabilidades profesionales para perseguir a Martín. María se había convertido en un sabueso. Olía cada prenda de su marido para detectar si tenía restos de alcohol. Y del resultado de su búsqueda dependía su estado de ánimo para el resto del día. Ella no era adicta al alcohol. Era adicta a la necesidad de controlar una adicción.

Las adicciones como tales están reconocidas desde hace rato y se tratan. La solución puede estar en terapias personalizadas o en grupos de recuperación, del tipo Alcohólicos Anónimos. Pero hasta hace poco, no había ningún lugar ni figura clínica que clasificara y tratara a quienes se relacionan o conviven con adictos, a pesar de que ellos sufren síntomas similares. Esta afección se llama “codependencia” y el término alude a la relación adictiva que se establece entre una persona -pareja o familiar cercano- con otra que posee algún tipo de compulsión o adicción. “Sienten que dependen tanto del alcohólico -por poner un ejemplo de adicción- como el alcohólico de la botella”, explica Emilia Faur, psicóloga social especialista en el tratamiento de vínculos adictivos y codependencia. “En vez de depender de un fármaco, ellos tienen una adicción tóxica y narcotizante con los vínculos. Es la otra persona quien se transforma en su botella, su objeto de adicción”.

Para la psicóloga Iris Pugliese, las relaciones tóxicas trascienden el hecho de que padres o hijos tengan adicciones a sustancias como el alcohol o las drogas. También se dan entre quienes se relacionan compulsivamente con el juego, la comida, la violencia, el trabajo y hasta con los deportes. Incluso, apunta Pugliese “con actitudes que van desde el desamparo hasta el excesivo control”. Si la adicción se basa en la repetición y en la compulsión, en la codependencia se efectiviza mediante un triángulo en los roles que consiste en rescatador-perseguidor-víctima. “Es una enfermedad, un trastorno compulsivo vinculado al accionar del otro, que te toma de rehén: el codependiente cree que el problema no es él, sino el otro. Piensa que si lo cura de la compulsión será feliz, entonces intenta rescatarlo. Así se convierte en perseguidor y vigilante. Y en realidad termina transformándose en víctima”, asegura Faur. “Empieza con una aflicción pero termina siendo un problema progresivo”, asegura. Lo primero que se manifiesta es el estrés. Pero lo más importante es el desdibujamiento de la identidad, ya que su vida tiene sentido en tanto y en cuanto rescata a otro. El codependiente no tiene que haber vivido toda su vida al lado de un adicto. Según Pugliese, bastan unos pocos meses para que el “efecto tóxico” produzca consecuencias devastadoras. Y, además, no sólo quienes hayan convivido en una familia tóxica sufren esta enfermedad; también los hijos de los codependientes pueden sufrir estos efectos: se trata de un modelo distorsionado de relación que se transmite de generación en generación.

Vínculos viciados

El descubrimiento del término codependencia surgió en Estados Unidos, en la década del ´40 , entre los familiares de quienes asistían a Alcohóicos Anónimos. Ellos percibían que, a medida que un alcohólico entraba en un programa de recuperación, los parientes sufrían algo parecido al síndrome de abstinencia. “Los estados por los que pasan los codependientes son de mucha enajenación. Pueden padecer desde presión alta hasta sufrir accidentes de todo tipo, atribuíbles a la distracción que les genera su obsesión”, comenta Faur. Por eso se creó para ellos un programa de recuperación similar al de AA de doce pasos para desintoxicarse del involucramiento obsesivo que tienen. Actualmente, en el mundo hay varios centros (el más importante está en Minesotta) para recuperarse de este tipo de toxicidad. Cuarenta millones de personas (en su mayoría mujeres) ya han sido clasificadas como codependientes. Es que culturalmente somos las mujeres quienes tenemos legitimado el rol de sostén del hombre (marido, hijos, padres) y sus adicciones. “Hay como un estado abnegado del amor que dice que las mujeres tenemos que ejercer un amor incondicional, sin límites y equidad. Eso da la bienvenida al abuso.”
Una investigación sobre depresión y codependencia realizada el año pasado por los laboratorios Jansen y Cilag en los Estados Unidos reveló que hay siete millones de mujeres que padecen cuadros depresivos por estas causas.

A falta de botellas, cocaína, comida o fichas de casino que los delate, los codependientes pueden ser difíciles de identificar porque son buenos actores. Tienen, eso sí, ciertas características comunes. El uso excesivo de la negación tiene su explicación: “En este tipo de familias, lo que pasa puertas adentro no puede ser contado afuera. Para negar que hay una realidad que duele, lo más funcional es anestesiarse. Y si hay chicos en esa familia, los padres creen que lo mejor para ellos es no sentir, no hablar, no cambiar: crecen con la percepción dañada y siguen su vida en piloto automático”, señala Faur. Los codependientes están convencidos de que ellos no son el problema. Además está la baja autoestima, la voluntad debilitada y la identificación absoluta con las necesidades de los demás. “El codependiente es aquél que vive afligido por los demás. La contracara es el borramiento de su personalidad propia: si el otro está bien, él también”. Por otro lado, se trata de personas controladoras: viven vigilando todo porque sienten terror a que algo “se les escape” y “se les venga el mundo abajo”. Padecen altos niveles de ansiedad y depresión. Y buscan tener la aprobación de los demás a cualquier costo.

Tienen tendencia a establecer relaciones complicadas (algunas relacionadas con los tóxicos), que no hacen más que continuar con el círculo vicioso de ser niñeras y rescatadoras universales de los demás. Paula M. (30), por ejemplo, no sólo era codependiente sino que venía de dos años de recuperación por abuso de drogas y alcohol. En su trabajo estableció una relación obsesiva con un compañero de trabajo, adicto a la comida y al alcohol. “Lo buscaba con una sensación parecida a la que precede a la ceremonia de consumir droga”, confiesa Paula. Ella empezó a manifestar celos incontenibles y la sensación de perder el control cada vez que él se acercaba. “Me agredía permanentemente. Estar quince minutos con él me provocaba un bajón en mi autoestima”. Tras ingresar en un grupo de ayuda, Paula reconoció que había sufrido los abusos psíquicos de una madre controladora en medio de una familia donde los roles estaban trastocados.

Recuperar la vida

Por años, Esther S. (48) sospechó que su marido estaba llevándose dinero de la empresa que ambos tenían. El tiempo le confimó, además, que tenían muchos problemas legales que ella ignoraba y una hipoteca sobre su casa. Todo culpa de la adicción al juego de su marido. Con la terapia reconoció
que su padre también había sido jugador y que toda su familia había sufrido por años pérdidas materiales y emocionales a raiz de esa compulsión paterna. Comprendió entonces que repetía el esquema con su marido: ella actuaba como “facilitadora” y encubridora de la adicción al juego. Y lo más terrible: cada vez que él intentaba recuperarse, ella lo boicoteaba. Para los codependientes, la recuperación es lenta y tal vez más desafiante que para los adictos. Comienza cuando han tocado fondo (estrés, pérdida del trabajo, accidentes), con la certidumbre que su vida se ha vuelto ingobernable.

“Uno puede vivir sin drogas, pero no puede vivir sin relaciones”, remarca Faur. El objetivo del tratamiento es que los codependientes recuperen las riendas de su vida y, al hacerlo, rearmen su personalidad. Uno de los pasos fundamentales para desprenderse de este tipo de relaciones es dejar de vigilar a otros para centrarse en ellos mismos. “La curación comienza cuando se dan cuenta de que no vinieron a este mundo para ser víctimas y soportar las conductas abusivas de nadie. Que una cosa es la solidaridad y otra, muy distinta, es sacrificar la vida en pos de alguien que no quiere pedir ayuda”.

Cómo tratarlo

Después de deambular por varias guardias de hospitales y fracasar en tratamientos psiquiátricos, son muy pocos los codependientes que llegan al lugar indicado para su problemática. En principio, porque ellos no responden a tratamientos farmacológicos. Hipervigilantes, negadores y ansiosos, cuando dan con el lugar correcto lo hacen con cuadros de alto nivel de depresión y un “anestesiamiento” de sus emociones. Algunos ya han padecido taquicardia, angustia, imposibilidad de respirar… características propias de un síndrome de abstinencia. Son los tratamientos grupales los más aconsejados para su recuperación porque les permiten reemplazar el modelo familiar enfermo por otro más funcional, que les permita recuperarse de su adicción.-

Identikit de un adicto

Obsesión con drogas, alcohol, juego, etc.
Negación del problema.
Evitan a la gente para ocultar su adicción.
Repetidos intentos de dejar la adicción.
Cambios anímicos inexplicables: depresión, culpa, violencia, resentimiento.
Accidentes a raiz de la intoxicación.
Dolencias físicas debido al uso de drogas.

Identikit del codependiente

Obsesión con los vínculos.
Negación del problema.
Evitan a la gente para ocultar los problemas que surgen debido a su vínculo con el adicto.
Repetidos intentos de dejar de controlar al otro.
Cambios anímicos inexplicables: depresión, culpa, violencia, resentimiento.
Accidentes debidos a la distracción.
Dolencias físicas relacionadas con el estrés: migrañas, úlcera, espasmos de colon.