APRENDER A MANEJAR EL ENOJO

Revista Luna Nº 853, 3/11/2000
Sección Conductas
¿Estallar o callarse?
La ira es una emoción que a las mujeres les cuesta manejar: inhibir su expresión, tanto como darle rienda suelta sin medir ante quién, en qué momento y en qué lugar, puede tener consecuencias nefastas para la salud y las relaciones. Cómo expresarla de manera positiva.
Por María Gabriela Ensinck

La familia perfecta sale de paseo en coche. Todo son risas y cantos hasta que los chicos entonan la estrofa del “auto feo”. Entonces el padre se fastidia y arroja por la ventanilla el inoportuno CD. ¿Qué pasaría si se hubiese enojado la mamá? Su reacción hubiera sido probablemente diferente.
La ira es una emoción básica y forma parte del instinto de supervivencia de la especie humana. Pero desde tiempos remotos, hombres y mujeres aprendieron a canalizarla de manera distinta. “Al hombre le están socialmente permitidas sus expresiones de enojo y sus arrebatos, porque se consideran signos de virilidad y autoafirmación que no hay que coartar. La mujer, en cambio, fue educada para actuar con mesura y cierto recato, lo que históricamente la llevó a perder derechos en todos los ámbitos (señala la terapeuta Iris Pugliese), codirectora del Centro Psicoanalítico Argentino). Esto tiene que ver tanto con cuestiones biológicas (en una confrontación física con el hombre llevaba las de perder), como con factores sociales y educacionales.
Desde chicos, a los varones se les enseña a jugar juegos de acción, como el fútbol, y a las nenas, juegos más pasivos, como las muñecas. A la hora de enojarse, los primeros tienden a expresar activamente la bronca (peleas y trompadas incluidas), mientras ellas suelen “explotar hacia adentro” y mostrar exteriormente una actitud más pasiva como, por ejemplo, dejar de hablar. Durante el período de la adolescencia, las estadísticas demuestran que los varones tienden a expresar su rebeldía mediante la violencia física, y las mujeres, mediante el sexo compulsivo.
El problema es que, por más que se lo intente, el enojo no se puede evitar. En todo caso, lo que se coarta es su expresión. Y como toda emoción que no se expresa, se aloja en el cuerpo. Hoy existen numerosas investigaciones que demuestran el papel de a ira en la enfermedades cardiovasculares, digestivas, las autoinmunes, y el cáncer, entre otras.

Represión y descarga

“El enojo no es bueno ni malo en sí mismo, depende del sentido que tenga en determinada situación (señala la psicoanalista Patricia Linenberg de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo). Puede significar una correcta percepción de que algo no está bien. En este caso, actuará como una señal de alarma que permitirá enfrentar ese conflicto o transformarlo.”
Gran parte de las peleas cotidianas que deterioran las relaciones se generan por al imposibilidad de descargar adecuadamente el enojo. Muchas personas tienden a reprimir la descarga (gritos, movimientos, un golpe sobre la mesa) y la suplantan por deseos de futura venganza, o de “hacer sufrir al otro lo mismo”. Es entonces cuando el enojo (que no desaparece por el mero hecho de negarlo) se manifiesta fuera de tiempo y lugar.
La ira provoca una serie de reacciones fisiológicas, que varían según la intensidad del sentimiento y el umbral de sensibilidad de quien la siente. El pulso se acelera, la presión se eleva, y se genera un plus de energía que puede ser aprovechado para resolver un conflicto o evitar ser avasallado en un derecho. Pero si se cierran las válvulas de escape a la bronca, se alimenta el estrés. De esta forma, el sistema inmunológico se deprime y el organismo queda más expuesto a la enfermedad.
Pero darle rienda suelta a la furia tampoco es una buena alternativa. Algunos estudios científicos (como el de Brad Bushman, de la Universidad de Iowa) señalan que descargar la ira en forma violenta provoca mayor agresividad. La psicóloga iris Pugliese acota: “Estos actos impulsivos no sólo no solucionan el problema sino que generan culpa, y es muy probable que retroalimenten la violencia”.

Liberar la emoción

María Pereira (44), coordinadora del taller para mujeres “Repartirse sin partirse”, del Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano, señala que la dificultad para enojarse es uno de los temas más frecuentes que se plantea en las reuniones.
“Las mujeres mediamos, suavizamos la situación, ponemos dulzura y paz. Intentamos crear todo el tiempo un clima de falsa armonía que termina agotándonos, y nos dificulta plantear las diferencias, hacer respetar nuestros espacios y poner límites.”
Hace tres años que María, directora de coros y psicóloga social, coordina este taller en un club de la localidad de Munro, donde además de hablar sobre el enojo se realizan trabajos corporales para exteriorizar aquello que las palabras callan. “Tener una discusión es una forma de acercarse a la persona con quien estoy enojada más legítima que tragarse la bronca.”
Graciela Pérez (47), empleada, una de las asistentes al taller, encontró en la Gimnasia Bioenergética un enorme alivio para las tensiones diarias. “Me costaba ponerle límite a mis hijas, contenerlas (afirma). Pero me di cuenta de que no era el enojo sino el no saber comunicar lo que nos distanciaba”.
Afecto y enojo parecen ser sentimientos opuestos, pero generalmente van unidos. Es más, como le ocurrió a Graciela, el enojo puede expresar afecto. Por eso, es preciso tratar de separar el enojo de la valoración de la persona que lo provocó. No es lo mismo decirle: “me molesta lo que hiciste”, que descalificarla por lo que hizo.
Muchas mujeres evitan expresar la bronca, porque temen que eso provoque a su vez el enojo de su pareja. Y entonces recurren a verdaderas “estocadas” verbales, con un tono de voz sorprendentemente tranquilo. Con esto (señala el psicoanalista Norberto Levy) “reducen al máximo la descarga, y aumentan al máximo el poder destructivo de la ira”. Nada más insalubre. Lo mejor en estos casos es sincerarse y reconocer la propia bronca. El enojo, lejos de ser un signo de debilidad, es una oportunidad de reafirmarse como persona.

Bronca y riesgo cardiovascular

Las enfermedades cardiovasculares siguen siendo la primera causa de muerte en el mundo occidental, y en la Argentina, 46 de cada 100 muertes son consecuencia de estas afecciones. Las personalidades irascibles y que canalizan mal su enojo son las más propensas a sufrir del corazón.
Una de las investigaciones más contundentes al respecto fue la que realizaron lo doctores Friedman y Rosenmann del Zion Hospital and Medical Center de San Francisco. El estudio abarcó a 212 hombres agrupados de acuerdo con sus patrones de conducta laboral. Los integrantes del grupo A presentaban deseos intensos de éxito, conductas competitivas, tendencia a la hostilidad y cólera no expresada. Los individuos de este grupo manifestaron 7 veces más tendencia a desarrollar enfermedad coronaria que los de los otros con características distintas.

El tránsito, la furia cotidiana

Un estudio del comportamiento agresivo realizado en Alemania en 1997 publicado en la revista especializada Psychologie Heute, estableció que el caos de tránsito es en aquel país el principal motivo de enojo y reacciones violentas.
Tales conclusiones podrían trasladarse a la Argentina, que ostenta uno de los mayores records mundiales en accidentes de tránsito (21 muertos por día, según datos de la Asociación Civil Luchemos por la vida).